Un cuento sobre el Día de Celebración en Honor a la Flor Madre

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Había una vez un jardín mágico donde crecían las flores más bellas del mundo.

En el corazón del jardín, se erguía una flor especial, la Flor Madre.

Esta flor era diferente a todas las demás.

Era la más grande, la más fuerte y llena de color, pero sobre todo, era la única que se mantenía siempre erguida y firme incluso en los días más grises.

La Flor Madre tenía una peculiaridad: cada día, daba a luz a nuevas flores, pequeñas y coloridas, que poco a poco iban llenando y complementando el jardín con su existencia.

Estas florecillas nacían de las semillas que la Flor Madre había guardado pacientemente en su interior, regándolas con amor y cuidándolas con valentía.

Cada una de estas pequeñas descendientes de la Flor Madre eran únicas: algunas eran rojas y llenas de pasión, otras eran amarillas y brillaban reflejando la luz del sol, algunas otras eran azules como el cielo más profundo, y otras eran blancas como la luna más pura. Todas eran diferentes, todas eran hermosas, todas eran importantes y todas llevaban la esencia y el amor de la Flor Madre en su interior.

Todos los habitantes del jardín, desde los insectos más pequeños hasta los árboles más grandes, observaban con asombro y gratitud la labor de la Flor Madre.

Reconocían que sin su entrega y sacrificio, el jardín no sería tan vibrante, tan diverso, tan colorido y tan lleno de posibilidades y de vida. La Flor Madre era la esencia que mantenía el equilibrio de todo alrededor.

Quien sabe desde hace cuanto, pero desde hace mucho tiempo, era una tradición que una noche especial de cada año, todos los habitantes del jardín celebraban la vida y obra de la Flor Madre.

A través de esta celebración espacial buscaban agradecerle por su inmenso amor y por cada nueva flor que a través de ella había llegado a enriquecer ese jardín especial. Y así, cada uno de los integrantes del jardín, a su manera, rendían homenaje a la Flor Madre.

Esa noche especial, los árboles danzaban al ritmo del viento, los insectos entonaban una melodía que resonaba y hacía vibrar todo el jardín, las estrellas brillaban en el oscuro cielo con más fuerza de la usual, y la luna, la más agradecida de todas, se posaba sobre el jardín, iluminando directamente a la Flor Madre con su luz más cálida y suave.

Esa noche, el jardín se llena de música y danza en honor a la Flor Madre y todos los habitantes del jardín reconocen y agradecen la existencia, la belleza, la fortaleza y la capacidad de amar que cada mujer lleva en su interior, representada en la figura de la Flor Madre.

Y así, aunque este es un cuento sencillo, a todos nos recuerda el valor invaluable de las mujeres y las madres en nuestras vidas, y nos hace preservar la gratitud que les tenemos por ser ellas, las flores más hermosas y especiales de nuestro jardín sin las cuales ninguno de los otros miembros del jardín existiría.

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